Lo que trae el río.
El
verano estaba en su cenit, la sequía había reducido el cauce del río de 30
metros a 10 o 15 metros de ancho como era regular por aquellas fechas de enero.
Era un cuerpo de agua que ya no estaba turbio o amarillento sino de un verde
esmeralda con trazos azules.
-
Aranzazu! ¿ya viste el muerto que bajó
de arriba, del Guáimaro?
-
¿Muerto? ¿cuando lo viste?
-
Está debajo del puente, blanquiiito se
parece a James ajjajajajaj. Lavao ese hieputa, como lleva días en el agua.
Ahora lo vemos a la salida de clases.
Las
clases pasaron, una tras otra de manera habitual, física, matemáticas, español,
informática. Fin de la jornada.
La
pandilla de amigos con el uniforme de
sudadera puesto salió a ver el nuevo suceso. El colegio quedaba en una montaña
por la que descendieron al río ubicado a pocos minutos.
Pasurá
tomaba el nombre del mismo río que lo dividía, “el lado de arriba” de los
ricos y “el lado de abajo” de los
pobres, que se inundaba cada año cuando llegaba la época de lluvias. El pueblo
de casas de tejados grises de fibrocemento, renegridos y llenos de musgo era
atravesado por una mancha verde azulosa. La carretera troncal comunicaba estos
dos espacios donde riqueza y pobreza se unían a través de un puente metálico
con una única vía en dos direcciones para carros y gente. Los muchachos se
asomaban inclinando la cabeza entre el esqueleto metálico a la enorme base de
concreto que había encallado al “traído de las aguas”, blanco, asomando el culo
y las piernas tan traslúcido que se dejaban ver las venas moradas, sin cabeza.
-
Te dije que era blanco como pateguagua.
-
¿serían los paraguayos?
-
Disque estaba vendiéndole coca a los
otros.
-
Parce y no se le ve ni un tiro. ¿Sería
que lo decapitaron así vivo?
En
las primeras horas de la mañana “Corrido” el bobo del pueblo les avisó a los
policías que encontró al lado de la comandancia. Pelo crespo, moreno con una
joroba a plena en formación, mirada
inerme y el talonario con los números del chance que vendía.
-
Hay un mueto enerio
-
Oí a este pues. ¿cómo así Corrido?
-
Ahh!! vaya mire, hay un muerto
enerio sin cabeza. Vaya recójanlo.
Gutiérrez
y Dávila, con desconfianza pero
conscientes de que Corrido siempre traía las primicias del pueblo fueron
a mirar de qué se trataba. Al llegar al puente de la carretera troncal vieron a los mirones de la mañana con las
cabezas inclinadas al río esmeraldado que contrastaba con la blancura del
cadáver. El olor nauseabundo llegaba como una cachetada a los rostros y de
repente desaparecía.
Los
dos oficiales regresaron a la estación a poner al tanto al comandante.
-
Ahh, que maricada hermano, yo ahora no
me voy a envalar con ese muerto. Y menos
sin tener cómo hacer un levantamiento.
Tomó
el teléfono.
-
Alcalde ¿cómo me le va?¿ya supo que nos
llegó un regalito esta mañana al río?
-
...
-
mmm bueno ya sabe.
-
...
-
No alcalde, nosotros no tenemos cómo. Ni equipos ni carros pa eso.
-
...
-
Pues no sé, hablemos con la gente del
hospital.
El
alcalde colgó el teléfono.
-
Estos manes no sirven pa un carajo.
Mientras
el ventilador de pata oscilaba
refrescando intermitentemente al alcalde y al cuadro de Bolívar colgado al
frente del escritorio. La cabeza sudorosa maquinó otra alternativa.
Una
mano negra adornada con un reloj Orient dorado tomó el teléfono.
-
¿Alvarado cómo estás? jajajja viejo
usted me reconoce de un vez. Hermano ¿ Ya supo del muerto?
-
...
-
Bueno, pues ya me llamó Penagos el
comandante de la Polícia y esa gente dizque no tiene un carajo pa encargarse
del levantamiento del muerto ese.
-
...
-
Cómo que “¿ Y entonces?” Pues
ustedes se van a encargar. ¿Usted no
tiene pues una mabulancia?
-
...
-
Pues lo encamilla ahí. Van con unos
enfermeros o unos médicos, yo que sé. Y por ahí derecho le hacen una necropsia.
-
...
-
¿Y eso no es pa eso pues mijo? ¿Cuánta
sangre y muerto no les ha tocado llevar en esa joda?
-
...
-
Bueno, bueno. Deje así más bien.
La
mano negra tiró el teléfono de manera intempestiva y el reloj
dorado Orient se sacudió con la
velocidad.
-
Bobi!
-
Dígame, alcalde.
-
Hermano, el comandante de la
estación no me recoge ese muerto y el
gerente del hospital me dice que no lleva esa ambulancia ni personal pa esa
vaina. ¡Que pereza gueón!
-
Ahh ¿cómo así?
-
No sé viejo, solucióneme.
El
joven salió de la oficina, atravesó el pasillo principal de la alcaldía, bajó
las escaleras y tomó una Honda 80 parqueada al frente de la alcaldía bajo la
mirada de un Bolívar con una espada
torcida, con cara de emperador romano. Una paloma posada sobre la cabeza de
concreto se contoneaba la cabeza mirando el paisaje.
El
sonido agudo del motor llenó el silencio del parque central atravesó las calles
principales del pueblo agrietadas por el paso de los años, descendió la
pendiente que domina el parque y llegó a una pequeña casa esquinera sombreada
por un almendro. Debajo del árbol de hojas anchas asomaba una estructura medio
oxidada de una de las tantas máquinas que Rigo, el mecánico de estos armatostes
reparaba. Trenes de rodaje engrasados, dos cucharas enormes, despojadas del
brazo, con los dientes metálicos como si de un animal gigante y prehistórico se
tratara, en medio de la calle semiderruida.
Detrás
de un motor enorme y desguazado apareció ls figura de un negro barrigón, con la
camisa a medio abotonar, impregnado de grasa, como una pieza más. Las gafas a
media nariz nubladas por el desgaste. Una mano gruesa con las uñas negras por
el aceite y la grasa soltó un piñón que observaba con cautela.
-
Que hubo Bobi.
-
Rigo Quiay ¿Usted sabe dónde está don
Jaime?
Al
fondo del pasillo de la pequeña casa, adornada con fosforillos rojos se
dibujaba la silueta de sombrero, un hombre de contextura gruesa, serio aplomado
calzando botas Brahma se acercaba a la puerta principal.
Y
Bobi con un pie en el suelo, aún sin bajar de la Honda 80.
-
Don Jaime a usted es al que necesito.
A
las 2:00 pm Aranzazu estaba en la prendería “Pasurá” acompañando a su madre con
las ventas y empeños. De repente los carros y tractomulas que pasaban a toda velocidad y en doble
sentido sobre la carretera troncal del pueblo interrumpieron su circulación.
Varios comerciantes de baratillos, las
prostitutas del bar “La Troncal”, los demás prenderos y compradores de oro
detuvieron su rutina sobre el oro y el dinero para observar el espectáculo.
Todos miraban en la misma dirección, transeúntes compradores, putas enamoradas
y enamorados.
En
medio de la carretera troncal una máquina amarilla, coronada con la figura de
don Jaime, apoltronado en los mandos de la máquina, llevaba en el cucharón
cargador una figura humana, blanca, con un pie afuera goteante. Era el cadáver
acéfalo. El bullicio y el hervidero de transacciones fueron interrumpidos por una cachetada pútrida que en algunos
espectadores detonó arcadas. La pajarita CAT no andaba a más de 20 o 10
kilómetros. Lentamente atravesó la
carretera. Mientras tanto las cabezas de los espectadores seguían su lento recorrido. La máquina con el muerto
entre sus fauces siguió la
ruta que conducía a la fosa común del
cementerio, ubicado a un kilómetro de la vida y el bullicio del corazón de
Pasurá. Luego de 15 minutos la máquina
era un punto amarillo que se perdía en el pavimento que desfiguraba las formas
a lo lejos por el calor inclemente. Si bien el vaho nauseabundo aun permanecía la
gente en medio de la pestilencia debía seguir comprando, vendiendo empeñando,
follando, bailando. Esta vez las
conversaciones y las hipótesis sobre la identidad del acéfalo blanco y las
causas de su muerte ambientaban las
transacciones. La tierra recibía al muerto
y con él sus secretos. Los rumores sobre él quedaron sobre la carretera
troncal. Don Jaime con un tapabocas
movió la palanca que se encargó de tirar el cuerpo brillante traslúcido
sobre la tierra. La vida seguía su curso
con un mal olor que luego el viento se llevaría.
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